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Un poquito cochino mi libro :( |
Desde hace ya bastantes años me declaro admirador de la obra de Heidegger; sin embargo, sigo dejando para más tarde la lectura de su obra fundamental: Ser y Tiempo.
La forma que adopté para acercarme a su obra ha sido hasta cierto punto tangencial a Ser y Tiempo, a través de breves conferencias o cátedras dadas por él mismo, por ejemplo: ¿Qué es la metafísica?, ¿Qué es la filosofía?, Carta sobre el humanismo, Introducción a la metafísica, Parménides, Heráclito, y Hölderlin y la esencia de la poesía.
De estas recuerdo con mucho cariño ¿Qué es la metafísica?, pues hizo que surja en mi el deseo continuo de aproximarme a su filosofía: ¿por qué hay algo y no, mas bien, nada?
Recuerdo con mucho cariño también Hölderlin y la esencia de la poesía, a partir de su lectura, surgió en mi el deseo de abrirme a la poesía, lo cual derivó en una necesidad absoluta e inapelable de nutrir mi vida de ella.
En este sentido, Heidegger es el autor de varias obras que considero parte de mis lecturas más importantes, en el sentido de definir la forma en que vivo mi vida. Hace unas semanas comencé a leer El concepto de tiempo, una conferencia que dicta en medio del periodo de silencio editorial de 12 años que tuvo Heidegger hasta la publicación de Ser y Tiempo. Su lectura me hace presentir la necesidad que tendré de leer Ser y Tiempo en cuanto concluya esta conferencia.
Heidegger comienza analizando la propuesta de entender el tiempo a partir de la eternidad. Primero debemos comprender qué es la eternidad. Si la eternidad es potestad de los Dioses (o Dios), entonces el tiempo es materia teológica, no filosófica. De hecho, muchos teólogos abordan la pregunta por el tiempo; por ejemplo, Agustín de Hipona y Duns Scoto.
¿Por qué partir de la eternidad para entender el tiempo? Cuando pienso y creo entender un poco la razón me doy cuenta que avancé un paso y retrocedí dos. En este momento, la razón que me parece mas plausible es que el ser es eterno; es decir, el ser no es algo que en un momento es y en otro no es (recordando un poco el argumento de Parménides), pues no puede surgir el ser de la nada ni la nada surgir del ser, sino que lo que es, el ser, es perenne, atemporal, sempiterno. Así, tiene mucho sentido preguntarnos de dónde sale esto que es el tiempo, ese espacio en el que está definida nuestra finitud, en el que nos desenvolvemos y crecemos, en el que mutamos y devenimos. Es decir, si inicialmente fue el ser inmutable, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿de dónde surgió el tiempo que todo lo cambia, que todo lo destruye?
Luego Heidegger cita a San Agustín:
in te, anime meus, tempora metior (en ti, espíritu mío, mido los tiempos). Agustín, según Heidegger, queda a medio camino de su análisis del tiempo, pero propone una medición diferente del tiempo, pues la mide a partir del alma y las huellas que dejan en ella cosas que pasan y al instante desaparecen.
Esta nueva ruta de aproximación al tiempo, ya no desde la eternidad, sino desde la propia existencia sí es terreno fértil para la filosofía. Nuevas preguntas acechan: ¿qué es el pasado, el futuro, el ahora? ¿yo soy el ahora? ¿el ser-en-el-tiempo (inmerso en la temporalidad) es el mismo ser que el que da ser a las cosas que son? En medio de todo esto, Heidegger da uno de los primeros esbozos de su respuesta: Dasein (ser-ahí, ser-ahora). Es decir, el ser que deviene en el tiempo (nuestro ser, del ser humano, por decirlo de alguna forma) es un tipo especial de ser (hasta donde comprendo), que está indisolublemente contextualizado en un tiempo y un lugar. Principalmente en un tiempo. El Dasein es lo que es ahora. Y Heidegger vino a demostrarlo ¿cómo? Lee el libro!