El gran maestro, Bashô. |
Senda hacia la tierra honda ('Oku no hosomichi') es el diario poético de Bashô, inspirado en su peregrinaje hacia el norte del Japón, a través de un camino que, tras la difusión póstuma de la obra, muchas personas han seguido con la intención de vislumbrar un eco de poesía. 'Oku no hosomichi' es usualmente catalogada su mejor obra. En español resaltan dos traducciones: (1) 'Senda de Oku', traducida en conjunto por Octavio Paz (que no sabía japonés) y Hayashiya Eikichi (que sí sabía japonés) en 1978, y (2) 'Senda hacia tierras hondas', traducida en 1993 por Antonio Cabezas, quien fue uno de los máximos especialistas en cultura japonesa y defensor apasionado del 'jaiku' para el español, en oposición a 'haiku'.
Yo conseguí la quinta edición de la segunda traducción, que incluso tiene una justificación de su existencia (dado el trabajo previo del gran Octavio Paz): señala el por qué de su superioridad frente a la versión de Paz, principalmente el conocimiento del japonés por parte del traductor y los nuevos estudios realizados sobre Bashô en el transcurso de quince años, y menciona datos interesantes sobre la lírica Bashô y detalles del viaje. Tras ese prólogo informativo me sentí más confiado.
La traducción de Antonio Cabezas. |
Las entradas del diario consisten en pequeñas narraciones que describen bellamente circunstancias puntuales del viaje; por ejemplo, el par de días que pasaron en la casa de un mercader de Edo, el cruce de algún río, el magnífico panorama de Matsushima, o el final de su viaje y la separación del camino que habían compartido con Sora a lo largo de meses. Cada entrada contiene, generalmente, al menos un jaiku. Varios jaikus que encontramos a lo largo del diario son, en mi opinión, cumbres de belleza, creaciones perfectas, como la naturaleza. Con el fin de que se animen a leerlo y con el cuidado de no arruinarles el viaje, únicamente les compartiré la segunda entrada del diario (una de mis favoritas), en la cual Bashô narra su partida:
El séptimo día del último tercio de marzo, pálido por la neblina el cielo de la alborada, la luna en menguante y con luz debilísima, cuando se vislumbra apenas la cumbre del Fuji, empecé a angustiarme pensando en si volvería o no a ver las copas de los cerezos floridos de Ueno y Yanaka.
Todos los íntimos se habían reunido la víspera y nos acompañaron en el barco. Cuando desembarcamos en un lugar llamado Senju, pensé en las tres mil leguas de trayecto que me esperaban y se me llenó el corazón de congoja, derramando lágrimas de despedida antes de lanzarme a confines fantasmales.
Se va la primavera.
Lloran las aves, son lágrimas
los ojos de los peces.
Hice de este poema el comienzo de mi viaje, pero la verdad es que apenas podía dar un paso adelante. Los amigos se alinearon en la ruta y parecían querer despedirnos hasta que nuestras espaldas desaparecieran de su vista.
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